- Judíos en América
- Página 100 % sefaradita.
- The Yiddish World
- Judios en el interior
- Viaje al corazón de los gauchos judíos.
- Judíos víctimas de la represión ilegal en Sudamérica.
- Judaismo
- Ser judío en Uruguay
- Judíos y la música.
- Judíos en Uruguay desde 1908 hasta hoy
- Esto pasó
- judíos notables.
- Uruguayos caidos en Israel.
Bolivar y los judíos.
Diario Judio.
Una historia poco registrada en las escuelas venezolanas es aquella que une al venezolano más ilustre, Simón Bolívar, con los judíos.Durante la guerra que Venezuela tendría que librar contra la Corona española, luego de declarar su independencia en 1811, muchos fueron los episodios que relacionaron el pueblo hebreo con el pueblo venezolano. Sin embargo, es poco lo que el escolar venezolano aprende al respecto.
Gracias al esfuerzo de algunos historiadores judíos y no judíos, hoy en día podemos dar cuenta de una serie de apariciones de judíos en importantes eventos que tuvieron mucho que ver con las actuaciones del mismo Bolívar y la culminación de su sueño de una América liberada.
Definitivamente, el más conocido de estos episodios es el que cruzó los caminos de Mordejai Ricardo con los Bolívar. Ante la violenta represión de la Corona española en contra de la gesta de emancipación Bolívar, en su posición de liderazgo de los patriotas venezolanos, hubo de refugiarse temporalmente en Curazao, donde ya habitaba una importante colonia de comerciantes judíos que reconocían en Bolívar una figura promisoria con ideales que ofrecían una América libre de discriminaciones raciales y religiosas. Es así como Mordejai Ricardo se convierte en el primer protector y amigo extranjero de la causa independentista. Inicialmente, Ricardo brinda apoyo a Bolívar durante su estadía en Curazao y luego al resto de las hazañas de quien luego sería el Libertador.
En la carta que Bolívar dirige a Ricardo el 7 de noviembre de 1815 le agradece también por el cobijo y apoyo dado a sus hermanas en ocasión en la que los defensores del Rey de España arremetieron cruelmente contra los patriotas venezolanos y sus familias. Se evidencia que la relación entre ambos personajes fue cercana y de aprecio y admiración recíproca. Esta relación fue reconocida en 1988 por el Gobierno de Venezuela con la emisión de un timbre postal (estampilla) que ilustraba, con Bolívar y Ricardo, el apoyo de la comunidad judía curazoleña a la causa de la independencia.
La historia también se ha encargado de registrar la participación de los judíos en la causa independentista de Bolívar. Debido a la simpatía que generó el ideal venezolano en los judíos de Curazao, en cuyas celebraciones se llegó a brindar en nombre de Bolívar, algunos figuras destacadas se incorporaron en las nóminas de los guerreros libertadores del naciente ejército venezolano. Entre ellos se destacan apellidos como Henriques y De Sola, cuyos representantes figuraron con notorias actuaciones en los cuadros de oficiales. Isidoro Borowsky, por ejemplo, se convirtió en uno de los tenientes más notables para Bolívar y algunas fuentes indican que fue uno de los comandantes de Bolívar durante la campaña para liberar Nueva Granada, así como en la Batalla de Carabobo.
También los hermanos David y Yehoushua Hoeb y Abraham Meyer engrosaron las filas de la infantería y la caballería que combatieron por la libertad de la naciente República y cuya sangre llegó a salpicar el suelo de Carabobo, donde se selló la independencia venezolana y se dio inicio a una campaña liberadora que se extendió a otras cuatro naciones de Sudamérica.
En otro episodio registrado por los investigadores se destaca que en el período en que Venezuela, Colombia y Ecuador se unificaron bajo el sueño mirandino de una gran nación sudamericana, Bolívar otorga a Juan Bernardo Elbers la concesión para la navegación en el río Magdalena, que comenzó una importante tradición de judíos en el comercio colombiano. Otros registros atestiguan transacciones comerciales entre casas comerciales judías y el ejército libertador, al proveerles de alimentos y posiblemente de armas.
No cabe duda de que los aportes materiales y espirituales de los judíos de la época contribuyeron de manera significativa a la causa de la independencia de Venezuela y, por extensión, de la América Latina. Todo gracias a que el Libertador supo reconocer en el pueblo hebreo un portento que se identificaba plenamente con su sueño emancipador.
Fin.
Diario Judio.
Una historia poco registrada en las escuelas venezolanas es aquella que une al venezolano más ilustre, Simón Bolívar, con los judíos.Durante la guerra que Venezuela tendría que librar contra la Corona española, luego de declarar su independencia en 1811, muchos fueron los episodios que relacionaron el pueblo hebreo con el pueblo venezolano. Sin embargo, es poco lo que el escolar venezolano aprende al respecto.
Gracias al esfuerzo de algunos historiadores judíos y no judíos, hoy en día podemos dar cuenta de una serie de apariciones de judíos en importantes eventos que tuvieron mucho que ver con las actuaciones del mismo Bolívar y la culminación de su sueño de una América liberada.
Definitivamente, el más conocido de estos episodios es el que cruzó los caminos de Mordejai Ricardo con los Bolívar. Ante la violenta represión de la Corona española en contra de la gesta de emancipación Bolívar, en su posición de liderazgo de los patriotas venezolanos, hubo de refugiarse temporalmente en Curazao, donde ya habitaba una importante colonia de comerciantes judíos que reconocían en Bolívar una figura promisoria con ideales que ofrecían una América libre de discriminaciones raciales y religiosas. Es así como Mordejai Ricardo se convierte en el primer protector y amigo extranjero de la causa independentista. Inicialmente, Ricardo brinda apoyo a Bolívar durante su estadía en Curazao y luego al resto de las hazañas de quien luego sería el Libertador.
En la carta que Bolívar dirige a Ricardo el 7 de noviembre de 1815 le agradece también por el cobijo y apoyo dado a sus hermanas en ocasión en la que los defensores del Rey de España arremetieron cruelmente contra los patriotas venezolanos y sus familias. Se evidencia que la relación entre ambos personajes fue cercana y de aprecio y admiración recíproca. Esta relación fue reconocida en 1988 por el Gobierno de Venezuela con la emisión de un timbre postal (estampilla) que ilustraba, con Bolívar y Ricardo, el apoyo de la comunidad judía curazoleña a la causa de la independencia.
La historia también se ha encargado de registrar la participación de los judíos en la causa independentista de Bolívar. Debido a la simpatía que generó el ideal venezolano en los judíos de Curazao, en cuyas celebraciones se llegó a brindar en nombre de Bolívar, algunos figuras destacadas se incorporaron en las nóminas de los guerreros libertadores del naciente ejército venezolano. Entre ellos se destacan apellidos como Henriques y De Sola, cuyos representantes figuraron con notorias actuaciones en los cuadros de oficiales. Isidoro Borowsky, por ejemplo, se convirtió en uno de los tenientes más notables para Bolívar y algunas fuentes indican que fue uno de los comandantes de Bolívar durante la campaña para liberar Nueva Granada, así como en la Batalla de Carabobo.
También los hermanos David y Yehoushua Hoeb y Abraham Meyer engrosaron las filas de la infantería y la caballería que combatieron por la libertad de la naciente República y cuya sangre llegó a salpicar el suelo de Carabobo, donde se selló la independencia venezolana y se dio inicio a una campaña liberadora que se extendió a otras cuatro naciones de Sudamérica.
En otro episodio registrado por los investigadores se destaca que en el período en que Venezuela, Colombia y Ecuador se unificaron bajo el sueño mirandino de una gran nación sudamericana, Bolívar otorga a Juan Bernardo Elbers la concesión para la navegación en el río Magdalena, que comenzó una importante tradición de judíos en el comercio colombiano. Otros registros atestiguan transacciones comerciales entre casas comerciales judías y el ejército libertador, al proveerles de alimentos y posiblemente de armas.
No cabe duda de que los aportes materiales y espirituales de los judíos de la época contribuyeron de manera significativa a la causa de la independencia de Venezuela y, por extensión, de la América Latina. Todo gracias a que el Libertador supo reconocer en el pueblo hebreo un portento que se identificaba plenamente con su sueño emancipador.
Fin.
Como fueron cambiando en su pensar los judíos norteamericanos respecto a Israel.
Por Ben Sales.
JTA. 03 de abril de 2018.
Un año después del establecimiento de Israel, en la oscuridad de la noche, tres estudiantes subieron a una torre en el Jewish Theological Seminary en Nueva York y levantaron la bandera israelí.A la mañana siguiente, la administración de la escuela rabínica conservadora lo hizo bajar.
Ese acto de subrepticia protesta sionista fue uno de varios en JTS durante los años que rodearon a 1948, cuando Israel obtuvo la independencia, Michael Greenbaum escribió en un ensayo en "Tradition Renewed", una historia de JTS editada por Jack Wertheimer. Los estudiantes apoyaron al nuevo estado judío. Sin embargo, el canciller del seminario, Louis Finkelstein lideró un consejo desconfiado del nacionalismo judío.
Pero los estudiantes persistieron. Cantaron el himno israelí "Hatikvah" después de las ceremonias de graduación. En otra ocasión, convencieron a sus colegas del Union Theological Seminary, la escuela protestante contigua de tocar el himno desde su campanario.
Hoy en día, casi todas las instituciones judías estadounidenses se califican a si mismas como pro-Israelí. Pero incluso en los años posteriores a que el estado judío obtuviera su independencia hace 70 años, ese sentimiento aún no era universal.
Antes del Holocausto, el sionismo mismo se estaba polarizando entre los judíos estadounidenses. Muchos, especialmente en el movimiento reformista, sintieron que el apoyo a una patria judía haría que se cuestionara su lealtad a los Estados Unidos. La otra parte estuvo representada por Louis Brandeis, el primer juez judío de la Corte Suprema, que no vio conflicto entre los valores estadounidenses y las aspiraciones sionistas.
Para el momento en que Israel declaró la independencia el 14 de mayo de 1948, los judíos estadounidenses, marcados por las imágenes del Holocausto y el nazismo e inspirados por las fotografías propopagandistas de los miembros de los Kibutzim bronceados y musculosos, apoyaban en gran medida al sionismo pero todavía visitar Israel no estaba en su planes. En su lugar, se estaban acostumbrando a la idea de un estado soberano judío, incorporándolo gradualmente a su cultura, sus oraciones y su perspectiva religiosa.
Por Ben Sales.
JTA. 03 de abril de 2018.
Un año después del establecimiento de Israel, en la oscuridad de la noche, tres estudiantes subieron a una torre en el Jewish Theological Seminary en Nueva York y levantaron la bandera israelí.A la mañana siguiente, la administración de la escuela rabínica conservadora lo hizo bajar.
Ese acto de subrepticia protesta sionista fue uno de varios en JTS durante los años que rodearon a 1948, cuando Israel obtuvo la independencia, Michael Greenbaum escribió en un ensayo en "Tradition Renewed", una historia de JTS editada por Jack Wertheimer. Los estudiantes apoyaron al nuevo estado judío. Sin embargo, el canciller del seminario, Louis Finkelstein lideró un consejo desconfiado del nacionalismo judío.
Pero los estudiantes persistieron. Cantaron el himno israelí "Hatikvah" después de las ceremonias de graduación. En otra ocasión, convencieron a sus colegas del Union Theological Seminary, la escuela protestante contigua de tocar el himno desde su campanario.
Hoy en día, casi todas las instituciones judías estadounidenses se califican a si mismas como pro-Israelí. Pero incluso en los años posteriores a que el estado judío obtuviera su independencia hace 70 años, ese sentimiento aún no era universal.
Antes del Holocausto, el sionismo mismo se estaba polarizando entre los judíos estadounidenses. Muchos, especialmente en el movimiento reformista, sintieron que el apoyo a una patria judía haría que se cuestionara su lealtad a los Estados Unidos. La otra parte estuvo representada por Louis Brandeis, el primer juez judío de la Corte Suprema, que no vio conflicto entre los valores estadounidenses y las aspiraciones sionistas.
Para el momento en que Israel declaró la independencia el 14 de mayo de 1948, los judíos estadounidenses, marcados por las imágenes del Holocausto y el nazismo e inspirados por las fotografías propopagandistas de los miembros de los Kibutzim bronceados y musculosos, apoyaban en gran medida al sionismo pero todavía visitar Israel no estaba en su planes. En su lugar, se estaban acostumbrando a la idea de un estado soberano judío, incorporándolo gradualmente a su cultura, sus oraciones y su perspectiva religiosa.
"Después de mediados de la década de 1930, la mayoría de los judíos estadounidenses habían tomado partido por la causa sionista, dijo Hasia Diner, Directora del Centro Goldstein-Goren para la Historia Judía Estadounidense en la Universidad de Nueva York.
El apoyo judío norteamericano a Israel fue alimentado por el rápido reconocimiento del gobierno por parte de la administración Truman y por la victoria del ejército israelí contra los estados árabes en su guerra de independencia.
En febrero de ese año, Golda Meyerson (más tarde Meir) recaudó $ 400,000 en un día (el equivalente a unos $ 4 millones en la actualidad) en nombre del estado provisional en una sola parada en Montreal. En las semanas posteriores a la independencia, comenzó una campaña en los Estados Unidos y Canadá por 75 millones más (o alrededor de $ 750 millones en 2018 dólares).
"Hubo una sensación de que una vez que Estados Unidos reconociese el estado, el sionismo habría ganado, y todos querían vincularse con los ganadores".
Jonathan Sarna, profesor de historia judía en la Universidad de Brandeis dijo que el Estado de Israel crecía muy rápido, tuvo además capacidad de absorber de manera milagrosa a millones de refugiados.
Después de que Israel consolidó su independencia, los judíos estadounidenses comenzaron a involucrarse con la nueva nación en pequeñas formas. No hubo prisa en el turismo, pero los judíos estadounidenses mostraron su apoyo comprando productos de Israel, leyendo libros sobre Israel o celebrando clases de danza israelíes en sus centros comunitarios.
El apoyo judío norteamericano a Israel fue alimentado por el rápido reconocimiento del gobierno por parte de la administración Truman y por la victoria del ejército israelí contra los estados árabes en su guerra de independencia.
En febrero de ese año, Golda Meyerson (más tarde Meir) recaudó $ 400,000 en un día (el equivalente a unos $ 4 millones en la actualidad) en nombre del estado provisional en una sola parada en Montreal. En las semanas posteriores a la independencia, comenzó una campaña en los Estados Unidos y Canadá por 75 millones más (o alrededor de $ 750 millones en 2018 dólares).
"Hubo una sensación de que una vez que Estados Unidos reconociese el estado, el sionismo habría ganado, y todos querían vincularse con los ganadores".
Jonathan Sarna, profesor de historia judía en la Universidad de Brandeis dijo que el Estado de Israel crecía muy rápido, tuvo además capacidad de absorber de manera milagrosa a millones de refugiados.
Después de que Israel consolidó su independencia, los judíos estadounidenses comenzaron a involucrarse con la nueva nación en pequeñas formas. No hubo prisa en el turismo, pero los judíos estadounidenses mostraron su apoyo comprando productos de Israel, leyendo libros sobre Israel o celebrando clases de danza israelíes en sus centros comunitarios.
Aquí está este nuevo estado con el que tuvieron que desarrollar esta relación, [y] el ámbito cultural fue realmente el lugar donde estaba sucediendo", dijo la escritora Emily Alice Katz, autora del libro de 2015 "Trayendo Zion a casa".
Parte de la reticencia a apoyar a Israel provino del ethos de la América de 1950, con su enfoque en el crecimiento suburbano, la multiculturalidad y la asimilación. En ese contexto, los judíos estadounidenses intentaban demostrar que pertenecían a la sociedad americana como un todo por lo que tenían miedo de las acusaciones de "doble lealtad" que podrían derivarse del apoyo vocal para un estado judío.
En un momento decisivo en ese debate, el primer ministro israelí David Ben-Gurion envió una carta en 1950 a Jacob Blaustein, presidente del Comité Judío Estadounidense, que durante muchos años había dudado en respaldar al movimiento nacional judío. Ben-Gurion se comprometió a no hablar en nombre de los judíos estadounidenses ni a intervenir en sus asuntos, y a disminuir su insistencia en que los judíos estadounidenses se muden a Israel. A cambio, Blaustein reconoció "la necesidad y la conveniencia" de apoyar a Israel en la construcción de su nación.
"La década de 1950 fue el apogeo de la asimilación judía estadounidense", dijo Sara Hirschhorn, profesora de estudios de Israel en la Universidad de Oxford. "Era la era de la posguerra, cuando los judíos estadounidenses se beneficiaban de las mismas cosas de las que todos se beneficiaban -el proyecto de ley GI, todo tipo de formas para que las personas pasaran a la clase media- y querían seguir aprovechando eso "
Sin embargo, Israel comenzó a aparecer en la práctica religiosa judía estadounidense. Un libro de oraciones conservador publicado en 1949 tenía lecturas sobre Israel, pero no la oración por Israel que ahora es estándar en muchos libros de oraciones. Las escuelas religiosas gradualmente cambiaron su pronunciación del hebreo del asquenazí europeo al israelí con inflexión sefardí. Los líderes religiosos no sionistas, como Finkelstein de JTS, eventualmente fueron marginados.
El cambio más grande, dijo Sarna, fue que los judíos estadounidenses vieron la historia del judaísmo como una "destrucción y un renacimiento". Esa perspectiva representaba el Holocausto y el establecimiento de Israel como sus dos polos y, según Sarna, sigue siendo dominante en el pensamiento judío estadounidense de hoy. Señaló que el Día de Conmemoración del Holocausto de Israel y su Día de la Independencia se conmemoran con una semana de diferencia .
"El tema de la destrucción y el renacimiento se convierte en un tema muy importante en la vida de los judíos estadounidenses", dijo. "Tanto es así que los judíos estadounidenses no conocen la historia del sionismo que regresa, y han comprado la idea de que todo se trata de que el Holocausto esté relacionado con el nacimiento del Estado de Israel".
Fin.
Parte de la reticencia a apoyar a Israel provino del ethos de la América de 1950, con su enfoque en el crecimiento suburbano, la multiculturalidad y la asimilación. En ese contexto, los judíos estadounidenses intentaban demostrar que pertenecían a la sociedad americana como un todo por lo que tenían miedo de las acusaciones de "doble lealtad" que podrían derivarse del apoyo vocal para un estado judío.
En un momento decisivo en ese debate, el primer ministro israelí David Ben-Gurion envió una carta en 1950 a Jacob Blaustein, presidente del Comité Judío Estadounidense, que durante muchos años había dudado en respaldar al movimiento nacional judío. Ben-Gurion se comprometió a no hablar en nombre de los judíos estadounidenses ni a intervenir en sus asuntos, y a disminuir su insistencia en que los judíos estadounidenses se muden a Israel. A cambio, Blaustein reconoció "la necesidad y la conveniencia" de apoyar a Israel en la construcción de su nación.
"La década de 1950 fue el apogeo de la asimilación judía estadounidense", dijo Sara Hirschhorn, profesora de estudios de Israel en la Universidad de Oxford. "Era la era de la posguerra, cuando los judíos estadounidenses se beneficiaban de las mismas cosas de las que todos se beneficiaban -el proyecto de ley GI, todo tipo de formas para que las personas pasaran a la clase media- y querían seguir aprovechando eso "
Sin embargo, Israel comenzó a aparecer en la práctica religiosa judía estadounidense. Un libro de oraciones conservador publicado en 1949 tenía lecturas sobre Israel, pero no la oración por Israel que ahora es estándar en muchos libros de oraciones. Las escuelas religiosas gradualmente cambiaron su pronunciación del hebreo del asquenazí europeo al israelí con inflexión sefardí. Los líderes religiosos no sionistas, como Finkelstein de JTS, eventualmente fueron marginados.
El cambio más grande, dijo Sarna, fue que los judíos estadounidenses vieron la historia del judaísmo como una "destrucción y un renacimiento". Esa perspectiva representaba el Holocausto y el establecimiento de Israel como sus dos polos y, según Sarna, sigue siendo dominante en el pensamiento judío estadounidense de hoy. Señaló que el Día de Conmemoración del Holocausto de Israel y su Día de la Independencia se conmemoran con una semana de diferencia .
"El tema de la destrucción y el renacimiento se convierte en un tema muy importante en la vida de los judíos estadounidenses", dijo. "Tanto es así que los judíos estadounidenses no conocen la historia del sionismo que regresa, y han comprado la idea de que todo se trata de que el Holocausto esté relacionado con el nacimiento del Estado de Israel".
Fin.
Interesantes reflexiones de Maia Czarny sobre la educación judía en la diáspora.
La educación en la comunidad judía Aprender lo judío .
Los desafíos de la educación judeo-argentina de hoy frente a sus propios procesos de cambio, en el que las instituciones educativas han detectado la expectativa de integrar la vanguardia de excelencia educativa del país, en detrimento de la prioridad al aprendizaje de lo judío.
Por Maia Czarny, Nueva Sión.
El legendario Eduardo Galeano logró definirnos alguna vez como aquello que hacemos para cambiar lo que somos. Una de las tantas aristas a tal conceptualización de nuestras identidades, puede corresponder a que el conjunto de nuestras vivencias no son más que eslabones de una cadena de distintos procesos de socialización. Es dentro de ellos, que toda adquisición de valores y principios éticos, morales y tradicionales propios de cada marco sociocultural, son sembrados y reproducidos a partir de un proceso de cambio fundamental, llamado educación.
Sin ir más lejos, es el experto Jean Piaget quien define a la educación como el proceso de adaptación del niño al medio social adulto. Es en este sentido que encontramos en las instituciones educativas un eje de análisis particularmente interesante. Porque en definitiva son ellas quienes responden concretamente a aquella necesidad social de formar niños, niñas y adolescentes en la adquisición de conocimientos de distinto tipo. Y es hilando un poco más fino que descubrimos cómo la selección de cada uno de los contenidos transmitidos, termina por constituir a la esencia de cada entidad escolar.
Dichos recortes en los programas académicos tanto como las decisiones tomadas en cuanto a la coyuntura estructural de las instituciones educativas, estarán determinados por la respuesta a ciertos intereses inscriptos en un determinado marco temporal, socioeconómico y cultural.
La educación ha sido concebida tradicionalmente como un bastión clave en la comunidad judía, significando una de las herramientas más firmes para su continuidad. Como bien señala Enrique Herszkowich, profesor de historia en la Universidad de Buenos Aires e investigador docente en la Facultad de Ciencias Sociales, “la preocupación por la transmisión de la religión y las tradiciones culturales judías implicó que la educación de las nuevas generaciones siempre tuviera una importancia fundamental en las comunidades judías”.
De hecho, el legado sobre la importancia atribuida a la educación proviene de las comunidades judías europeas del siglo XVIII, a partir del surgimiento de instituciones e intelectuales que sostenían que la educación religiosa judía se debía complementar con la enseñanza de las culturas locales entre las cuales los judíos vivían.
En el caso de nuestro país, tanto el rol como la estructura de las escuelas judías, han sido reeditados y amoldados, en la medida que fue posible, a los cambios generacionales enmarcados en distintos contextos sociopolíticos.
Un ejemplo paradigmático que ilustra esta cuestión es el surgimiento de las escuelas judías integrales. Desde la gran inmigración de judíos europeos a principios del siglo XX, la educación judía encontró su lugar en terreno argentino como aquél segundo espacio al cual lo/as alumno/as judío/as acudían por la tarde, luego de asistir a la escuela estatal por la mañana. Sin embargo, hacia 1966, el gobierno dictatorial de Juan Carlos Onganía aumentó las escuelas estatales de doble escolaridad, lo que imposibilitaba a lo/as alumno/as a concurrir a dos escuelas. Fue por esa razón que la comunidad judía argentina tendió a promover las escuelas integrales como lo fueron en un principio el Scholem Aleijem en Villa Crespo y el Colegio Tarbut en Olivos. He aquí una redefinición de la escuela judía original, adquiriendo nuevas tareas y expectativas a partir de la necesidad de ajuste al contexto nacional dado.
En la misma línea del espíritu integral que adquirieron las instituciones educativas judías, encontramos la mutación en las demandas y expectativas en cuanto al contenido provisto por las nuevas escuelas. En él, se evidencia una alteración de prioridades a través del impulso de la penetración intensiva del inglés y de la inclusión de Bachilleratos Internacionales. Así, los bloques de aprendizaje angloparlante tanto como del uso de nuevas tecnologías fueron colmando los itinerarios en las aulas, dedicándole casi tantas o más horas que a las materias relacionadas con la cultura judía.
Esta nueva tendencia en las escuelas comunitarias judías invita a pensar ciertas cuestiones. Por empezar, es de notar que las expectativas de los padres de nuestro siglo distan mucho de las generaciones anteriores. Evidentemente no comparten la visión de los inmigrantes europeos judíos (e incluso sus hijos) que vieron en la escuela comunitaria la función principal de configurar una identidad judía para sus hijos, allegada al Estado de Israel luego de su creación. En cambio, las expectativas contemporáneas corresponden a la constitución de una ‘identidad múltiple’ en los alumno/as, significando no sólo el ser argentino/a y el ser judío/a, sino el ser cibernético y con facultades para comunicarse a nivel global a través del inglés como ciudadano/as del mundo. En otras palabras, las instituciones educativas han detectado la expectativa de los padres de que sus hijo/as pertenezcan a la vanguardia de excelencia educativa del país, en detrimento de la prioridad al aprendizaje del hebreo y de lo judío.
Por un lado, bien se puede entender este cambio como el modo que han encontrado las escuelas comunitarias en una era globalizada e hipercomunicada, para seguir significando una valiosa opción competitiva con colegios no comunitarios pero excelentes a nivel académico. Pero por otro, también puede considerarse el mero reflejo del proceso de elitización y segmentación educativa por niveles socioeconómicos, así como la imposición de nuevos contenidos y del idioma inglés, reduciéndose a nivel general el interés por lo judaico. Sin ir más lejos la crisis económica argentina, especialmente hacia el 2001, afectó a muchas familias que -imposibilitadas de mantener la cuota- debieron prescindir de la enseñanza judía, mientras que otras más pudientes optaron por colegios bilingües de elevados aranceles. Finalmente, ambos casos terminan por materializar dicho proceso segmentario.
Es que en definitiva, todo proceso de adecuación a una nueva realidad supone algún costo: algo que se cede, algo que se pierde. Al fin y al cabo, no es más que la otra cara de la misma moneda. En el caso de las instituciones judías, es evidente que la cara de (re) adecuación al contexto nacional y contemporáneo, encuentra su ceca en el enunciado proceso de segmentación socioeconómica dentro de la misma comunidad judeo-argentina. Las nuevas ofertas educativas comunitarias terminan por construirse y reproducirse sobre una base de desigualdades sociales emergidas mayormente en el último siglo. Es en este sentido, que quizás aquella palmadita en la espalda de la comunidad hacia sí misma por encontrarse capaz de aggiornarse a los tiempos que corren, se encuentre opacada, limitada o incluso cuestionada por el ineludible costo social que este mismo trajo aparejado, junto con el alejamiento de algunas familias de la red escolar judía como saldo.
Menos estudiantes en escuelas judías.
Cambios en la red escolar
Por otro lado, una de las características quizás más relevantes de la instauración de la comunidad judía en Argentina, fue la centralización de organizaciones, asociaciones e instituciones educativas, religiosas y deportivas alrededor de la AMIA y la DAIA. Sin embargo, como muchos otros aspectos comunitarios, tal vez esta idea comience de a poco a formar parte del pasado.
El último 1 de diciembre, presidentes y representantes de la red escolar judía argentina suscribieron el Acta Constitutiva de la ‘’Federación de Escuelas Judías Argentinas’’ (FEJA). Ésta permitió que dicha entidad obtenga la personería jurídica, siendo constituida por la gran mayoría de las escuelas comunitarias judías, de distintos grados de observancia, colores y matices, y a lo largo de todo el país.
Quizás la cuestión más relevante de este suceso alude al forjamiento de una entidad independiente de la AMIA y la DAIA pero aun así con el objetivo de ampliar y fortalecer los lazos entre la instituciones comunitarias argentinas.
En definitiva, este reciente suceso termina por ilustrar el desarrollo de un espíritu cultural y comunitario en relación al judaísmo, más allá del aspecto meramente religioso. Al fin y al cabo, contribuye eficazmente a la resignificación de una identidad judía, demostrando que lejos está ella de ser fija, única o inmutable.
Por supuesto que no faltarán voces comunitarias más bien tradicionalistas que conciban los cambios transitados por las instituciones judías como una amenaza directa a la supervivencia de la esencia comunitaria, a partir del énfasis en la necesidad del nucleamiento de sus instituciones alrededor de entidades como AMIA y DAIA, que buscaron en un principio representar a la comunidad en su conjunto. Sin embargo, cierta falta de identificación y representatividad de muchas de las instituciones educativas con ellas al día de hoy, probablemente haya sido el mayor motor para la constitución de FEJA como entidad independiente.
Con lo cual, en contrapartida con la postura tradicional frente a este tipo de cambios, se los pueden considerar también como parte de la capacidad comunitaria de redefinir la cuestión judía y resignificar los modos de cohesión social como estrategia de supervivencia a lo largo del tiempo.
Es por todo esto que uno de los más grandes desafíos de las escuelas comunitarias de hoy posiblemente conste en lograr instaurar, en términos del reconocido sociólogo Anthony Giddens, la creación de una ‘’historia compartida’’ comunitaria. Sin embargo, retomando las dificultades más ancladas en nuestra realidad, resulta fundamental entender que para que aquél ‘nosotros’ pueda proyectarse en su mejor versión hacia el futuro, es necesario que en aquél horizonte también esté igual de presente el objetivo de reducir las desigualdades sociales presentes al día de hoy, tanto dentro como fuera de la comunidad.
La caída de los números de estudiantes en escuelas judías es un hecho objetivo. Fue claramente evidenciado en los datos estadísticos dados a conocer por el proyecto MIFNE de la AMIA en el año 2009, liderado por la especialista en educación y profesora Batía Nemirovsky. Allí se muestra cómo en los 15 años que van de 1990 al 2005 la cobertura escolar de la población judía en edades escolares cayó de 18.461 alumnos a 14.880 alumnos (-19.4%). Sin embargo, no ocurre lo mismo con las escuelas ortodoxas.
La gran incógnita que permanece latente, como en la mayoría de los estudios estadísticos, son las causas de estos resultados, lo que resulta imposible de ser reducido a una sola explicación, y más aún cuando los actores intervinientes transitan realidades tan diversas, no sólo en el aspecto económico. Quizás, se deba a que algunas familias prefieren tomar distancia del hecho de que ‘’la gente sea la misma en todas partes’’ incluyendo sinagogas, colegios, movimientos juveniles, clubes deportivos, matrimonios, etc. En estos casos, se desprende una concepción de la asistencia de sus hijos a una institución judía como un componente crucial para una indeseada ‘ghetización’ en la comunidad. O quizás se deba a que otras familias han priorizado las particularidades de colegios no judíos por sobre el aspecto comunitario (sea el enfoque y modalidad de enseñanza, cercanía del hogar, etc.). Finalmente volvemos a encontrarnos con el tan determinante factor del poder adquisitivo de los padres, el cual continúa muchas veces imponiendo decisiones por sobre voluntades.
De todas formas, las nuevas modalidades de escuelas comunitarias integradas nos permite pensar en el movimiento de las fronteras sociales y los grados de permeabilidad comunitarios como estrategia perdurable en los tiempos que corren. Como bien señala el sociólogo Ezequiel Erdei, en un pasado no muy lejano ‘”el judío era percibido por otros y por él mismo como un sujeto separado, visiblemente identificable con respecto a sus vecinos. Este hecho implicaba una definición clara en relación a las fronteras étnico-religiosas que establecían un ‘nosotros’ de un ‘otros’, con poca o nula opción para situaciones intermedias’’.
Sin embargo, son los espacios más integrados los que ganan mayor terreno en el ámbito educativo comunitario de hoy. Según las caracterizaciones de Erdei, esta modalidad escolar corresponde al objetivo del ‘’Outreach’’, que supone ‘’aquél proceso multidisciplinario que se considera exitoso en la medida en la que ‘el alejado’ elige participar de ciertos aspectos de la vida judía’’. Así, la pluralidad de la oferta educativa parece ser la mejor estrategia para captar alumno/as de la comunidad judía argentina en tiempos en los que el judaísmo encuentra cada vez más formas de expresarse.
Un ejemplo paradigmático en este punto es la escuela ORT. Según lo datado por el Proyecto MIFNE, los alumnos de esta institución ascendieron de 2,970 a 3,479 adolescentes en el período del estudio llevado a cabo. Es esta institución una escuela judía no religiosa que cuenta con alumnos judíos como no judíos, y a la vez dicta contenidos según sus distintas especialidades, además de inglés y materias relacionadas con judaísmo.
Una posible explicación a este fenómeno puede relacionarse con que el ‘plato fuerte’ de las escuelas comunitarias contemporáneas se encuentra en el aspecto cultural del judaísmo, más allá de lo religioso. Es a través de él que se busca suscitar interés, curiosidad y conocimiento sobre el propio pasado histórico, la tradición y las costumbres judías en lo/as alumno/as de tales escuelas comunitarias.
Cambios en la red escolar
Por otro lado, una de las características quizás más relevantes de la instauración de la comunidad judía en Argentina, fue la centralización de organizaciones, asociaciones e instituciones educativas, religiosas y deportivas alrededor de la AMIA y la DAIA. Sin embargo, como muchos otros aspectos comunitarios, tal vez esta idea comience de a poco a formar parte del pasado.
El último 1 de diciembre, presidentes y representantes de la red escolar judía argentina suscribieron el Acta Constitutiva de la ‘’Federación de Escuelas Judías Argentinas’’ (FEJA). Ésta permitió que dicha entidad obtenga la personería jurídica, siendo constituida por la gran mayoría de las escuelas comunitarias judías, de distintos grados de observancia, colores y matices, y a lo largo de todo el país.
Quizás la cuestión más relevante de este suceso alude al forjamiento de una entidad independiente de la AMIA y la DAIA pero aun así con el objetivo de ampliar y fortalecer los lazos entre la instituciones comunitarias argentinas.
En definitiva, este reciente suceso termina por ilustrar el desarrollo de un espíritu cultural y comunitario en relación al judaísmo, más allá del aspecto meramente religioso. Al fin y al cabo, contribuye eficazmente a la resignificación de una identidad judía, demostrando que lejos está ella de ser fija, única o inmutable.
Por supuesto que no faltarán voces comunitarias más bien tradicionalistas que conciban los cambios transitados por las instituciones judías como una amenaza directa a la supervivencia de la esencia comunitaria, a partir del énfasis en la necesidad del nucleamiento de sus instituciones alrededor de entidades como AMIA y DAIA, que buscaron en un principio representar a la comunidad en su conjunto. Sin embargo, cierta falta de identificación y representatividad de muchas de las instituciones educativas con ellas al día de hoy, probablemente haya sido el mayor motor para la constitución de FEJA como entidad independiente.
Con lo cual, en contrapartida con la postura tradicional frente a este tipo de cambios, se los pueden considerar también como parte de la capacidad comunitaria de redefinir la cuestión judía y resignificar los modos de cohesión social como estrategia de supervivencia a lo largo del tiempo.
Es por todo esto que uno de los más grandes desafíos de las escuelas comunitarias de hoy posiblemente conste en lograr instaurar, en términos del reconocido sociólogo Anthony Giddens, la creación de una ‘’historia compartida’’ comunitaria. Sin embargo, retomando las dificultades más ancladas en nuestra realidad, resulta fundamental entender que para que aquél ‘nosotros’ pueda proyectarse en su mejor versión hacia el futuro, es necesario que en aquél horizonte también esté igual de presente el objetivo de reducir las desigualdades sociales presentes al día de hoy, tanto dentro como fuera de la comunidad.
Los desafíos de la educación judeo-argentina de hoy frente a sus propios procesos de cambio, en el que las instituciones educativas han detectado la expectativa de integrar la vanguardia de excelencia educativa del país, en detrimento de la prioridad al aprendizaje de lo judío.
Por Maia Czarny, Nueva Sión.
El legendario Eduardo Galeano logró definirnos alguna vez como aquello que hacemos para cambiar lo que somos. Una de las tantas aristas a tal conceptualización de nuestras identidades, puede corresponder a que el conjunto de nuestras vivencias no son más que eslabones de una cadena de distintos procesos de socialización. Es dentro de ellos, que toda adquisición de valores y principios éticos, morales y tradicionales propios de cada marco sociocultural, son sembrados y reproducidos a partir de un proceso de cambio fundamental, llamado educación.
Sin ir más lejos, es el experto Jean Piaget quien define a la educación como el proceso de adaptación del niño al medio social adulto. Es en este sentido que encontramos en las instituciones educativas un eje de análisis particularmente interesante. Porque en definitiva son ellas quienes responden concretamente a aquella necesidad social de formar niños, niñas y adolescentes en la adquisición de conocimientos de distinto tipo. Y es hilando un poco más fino que descubrimos cómo la selección de cada uno de los contenidos transmitidos, termina por constituir a la esencia de cada entidad escolar.
Dichos recortes en los programas académicos tanto como las decisiones tomadas en cuanto a la coyuntura estructural de las instituciones educativas, estarán determinados por la respuesta a ciertos intereses inscriptos en un determinado marco temporal, socioeconómico y cultural.
La educación ha sido concebida tradicionalmente como un bastión clave en la comunidad judía, significando una de las herramientas más firmes para su continuidad. Como bien señala Enrique Herszkowich, profesor de historia en la Universidad de Buenos Aires e investigador docente en la Facultad de Ciencias Sociales, “la preocupación por la transmisión de la religión y las tradiciones culturales judías implicó que la educación de las nuevas generaciones siempre tuviera una importancia fundamental en las comunidades judías”.
De hecho, el legado sobre la importancia atribuida a la educación proviene de las comunidades judías europeas del siglo XVIII, a partir del surgimiento de instituciones e intelectuales que sostenían que la educación religiosa judía se debía complementar con la enseñanza de las culturas locales entre las cuales los judíos vivían.
En el caso de nuestro país, tanto el rol como la estructura de las escuelas judías, han sido reeditados y amoldados, en la medida que fue posible, a los cambios generacionales enmarcados en distintos contextos sociopolíticos.
Un ejemplo paradigmático que ilustra esta cuestión es el surgimiento de las escuelas judías integrales. Desde la gran inmigración de judíos europeos a principios del siglo XX, la educación judía encontró su lugar en terreno argentino como aquél segundo espacio al cual lo/as alumno/as judío/as acudían por la tarde, luego de asistir a la escuela estatal por la mañana. Sin embargo, hacia 1966, el gobierno dictatorial de Juan Carlos Onganía aumentó las escuelas estatales de doble escolaridad, lo que imposibilitaba a lo/as alumno/as a concurrir a dos escuelas. Fue por esa razón que la comunidad judía argentina tendió a promover las escuelas integrales como lo fueron en un principio el Scholem Aleijem en Villa Crespo y el Colegio Tarbut en Olivos. He aquí una redefinición de la escuela judía original, adquiriendo nuevas tareas y expectativas a partir de la necesidad de ajuste al contexto nacional dado.
En la misma línea del espíritu integral que adquirieron las instituciones educativas judías, encontramos la mutación en las demandas y expectativas en cuanto al contenido provisto por las nuevas escuelas. En él, se evidencia una alteración de prioridades a través del impulso de la penetración intensiva del inglés y de la inclusión de Bachilleratos Internacionales. Así, los bloques de aprendizaje angloparlante tanto como del uso de nuevas tecnologías fueron colmando los itinerarios en las aulas, dedicándole casi tantas o más horas que a las materias relacionadas con la cultura judía.
Esta nueva tendencia en las escuelas comunitarias judías invita a pensar ciertas cuestiones. Por empezar, es de notar que las expectativas de los padres de nuestro siglo distan mucho de las generaciones anteriores. Evidentemente no comparten la visión de los inmigrantes europeos judíos (e incluso sus hijos) que vieron en la escuela comunitaria la función principal de configurar una identidad judía para sus hijos, allegada al Estado de Israel luego de su creación. En cambio, las expectativas contemporáneas corresponden a la constitución de una ‘identidad múltiple’ en los alumno/as, significando no sólo el ser argentino/a y el ser judío/a, sino el ser cibernético y con facultades para comunicarse a nivel global a través del inglés como ciudadano/as del mundo. En otras palabras, las instituciones educativas han detectado la expectativa de los padres de que sus hijo/as pertenezcan a la vanguardia de excelencia educativa del país, en detrimento de la prioridad al aprendizaje del hebreo y de lo judío.
Por un lado, bien se puede entender este cambio como el modo que han encontrado las escuelas comunitarias en una era globalizada e hipercomunicada, para seguir significando una valiosa opción competitiva con colegios no comunitarios pero excelentes a nivel académico. Pero por otro, también puede considerarse el mero reflejo del proceso de elitización y segmentación educativa por niveles socioeconómicos, así como la imposición de nuevos contenidos y del idioma inglés, reduciéndose a nivel general el interés por lo judaico. Sin ir más lejos la crisis económica argentina, especialmente hacia el 2001, afectó a muchas familias que -imposibilitadas de mantener la cuota- debieron prescindir de la enseñanza judía, mientras que otras más pudientes optaron por colegios bilingües de elevados aranceles. Finalmente, ambos casos terminan por materializar dicho proceso segmentario.
Es que en definitiva, todo proceso de adecuación a una nueva realidad supone algún costo: algo que se cede, algo que se pierde. Al fin y al cabo, no es más que la otra cara de la misma moneda. En el caso de las instituciones judías, es evidente que la cara de (re) adecuación al contexto nacional y contemporáneo, encuentra su ceca en el enunciado proceso de segmentación socioeconómica dentro de la misma comunidad judeo-argentina. Las nuevas ofertas educativas comunitarias terminan por construirse y reproducirse sobre una base de desigualdades sociales emergidas mayormente en el último siglo. Es en este sentido, que quizás aquella palmadita en la espalda de la comunidad hacia sí misma por encontrarse capaz de aggiornarse a los tiempos que corren, se encuentre opacada, limitada o incluso cuestionada por el ineludible costo social que este mismo trajo aparejado, junto con el alejamiento de algunas familias de la red escolar judía como saldo.
Menos estudiantes en escuelas judías.
Cambios en la red escolar
Por otro lado, una de las características quizás más relevantes de la instauración de la comunidad judía en Argentina, fue la centralización de organizaciones, asociaciones e instituciones educativas, religiosas y deportivas alrededor de la AMIA y la DAIA. Sin embargo, como muchos otros aspectos comunitarios, tal vez esta idea comience de a poco a formar parte del pasado.
El último 1 de diciembre, presidentes y representantes de la red escolar judía argentina suscribieron el Acta Constitutiva de la ‘’Federación de Escuelas Judías Argentinas’’ (FEJA). Ésta permitió que dicha entidad obtenga la personería jurídica, siendo constituida por la gran mayoría de las escuelas comunitarias judías, de distintos grados de observancia, colores y matices, y a lo largo de todo el país.
Quizás la cuestión más relevante de este suceso alude al forjamiento de una entidad independiente de la AMIA y la DAIA pero aun así con el objetivo de ampliar y fortalecer los lazos entre la instituciones comunitarias argentinas.
En definitiva, este reciente suceso termina por ilustrar el desarrollo de un espíritu cultural y comunitario en relación al judaísmo, más allá del aspecto meramente religioso. Al fin y al cabo, contribuye eficazmente a la resignificación de una identidad judía, demostrando que lejos está ella de ser fija, única o inmutable.
Por supuesto que no faltarán voces comunitarias más bien tradicionalistas que conciban los cambios transitados por las instituciones judías como una amenaza directa a la supervivencia de la esencia comunitaria, a partir del énfasis en la necesidad del nucleamiento de sus instituciones alrededor de entidades como AMIA y DAIA, que buscaron en un principio representar a la comunidad en su conjunto. Sin embargo, cierta falta de identificación y representatividad de muchas de las instituciones educativas con ellas al día de hoy, probablemente haya sido el mayor motor para la constitución de FEJA como entidad independiente.
Con lo cual, en contrapartida con la postura tradicional frente a este tipo de cambios, se los pueden considerar también como parte de la capacidad comunitaria de redefinir la cuestión judía y resignificar los modos de cohesión social como estrategia de supervivencia a lo largo del tiempo.
Es por todo esto que uno de los más grandes desafíos de las escuelas comunitarias de hoy posiblemente conste en lograr instaurar, en términos del reconocido sociólogo Anthony Giddens, la creación de una ‘’historia compartida’’ comunitaria. Sin embargo, retomando las dificultades más ancladas en nuestra realidad, resulta fundamental entender que para que aquél ‘nosotros’ pueda proyectarse en su mejor versión hacia el futuro, es necesario que en aquél horizonte también esté igual de presente el objetivo de reducir las desigualdades sociales presentes al día de hoy, tanto dentro como fuera de la comunidad.
La caída de los números de estudiantes en escuelas judías es un hecho objetivo. Fue claramente evidenciado en los datos estadísticos dados a conocer por el proyecto MIFNE de la AMIA en el año 2009, liderado por la especialista en educación y profesora Batía Nemirovsky. Allí se muestra cómo en los 15 años que van de 1990 al 2005 la cobertura escolar de la población judía en edades escolares cayó de 18.461 alumnos a 14.880 alumnos (-19.4%). Sin embargo, no ocurre lo mismo con las escuelas ortodoxas.
La gran incógnita que permanece latente, como en la mayoría de los estudios estadísticos, son las causas de estos resultados, lo que resulta imposible de ser reducido a una sola explicación, y más aún cuando los actores intervinientes transitan realidades tan diversas, no sólo en el aspecto económico. Quizás, se deba a que algunas familias prefieren tomar distancia del hecho de que ‘’la gente sea la misma en todas partes’’ incluyendo sinagogas, colegios, movimientos juveniles, clubes deportivos, matrimonios, etc. En estos casos, se desprende una concepción de la asistencia de sus hijos a una institución judía como un componente crucial para una indeseada ‘ghetización’ en la comunidad. O quizás se deba a que otras familias han priorizado las particularidades de colegios no judíos por sobre el aspecto comunitario (sea el enfoque y modalidad de enseñanza, cercanía del hogar, etc.). Finalmente volvemos a encontrarnos con el tan determinante factor del poder adquisitivo de los padres, el cual continúa muchas veces imponiendo decisiones por sobre voluntades.
De todas formas, las nuevas modalidades de escuelas comunitarias integradas nos permite pensar en el movimiento de las fronteras sociales y los grados de permeabilidad comunitarios como estrategia perdurable en los tiempos que corren. Como bien señala el sociólogo Ezequiel Erdei, en un pasado no muy lejano ‘”el judío era percibido por otros y por él mismo como un sujeto separado, visiblemente identificable con respecto a sus vecinos. Este hecho implicaba una definición clara en relación a las fronteras étnico-religiosas que establecían un ‘nosotros’ de un ‘otros’, con poca o nula opción para situaciones intermedias’’.
Sin embargo, son los espacios más integrados los que ganan mayor terreno en el ámbito educativo comunitario de hoy. Según las caracterizaciones de Erdei, esta modalidad escolar corresponde al objetivo del ‘’Outreach’’, que supone ‘’aquél proceso multidisciplinario que se considera exitoso en la medida en la que ‘el alejado’ elige participar de ciertos aspectos de la vida judía’’. Así, la pluralidad de la oferta educativa parece ser la mejor estrategia para captar alumno/as de la comunidad judía argentina en tiempos en los que el judaísmo encuentra cada vez más formas de expresarse.
Un ejemplo paradigmático en este punto es la escuela ORT. Según lo datado por el Proyecto MIFNE, los alumnos de esta institución ascendieron de 2,970 a 3,479 adolescentes en el período del estudio llevado a cabo. Es esta institución una escuela judía no religiosa que cuenta con alumnos judíos como no judíos, y a la vez dicta contenidos según sus distintas especialidades, además de inglés y materias relacionadas con judaísmo.
Una posible explicación a este fenómeno puede relacionarse con que el ‘plato fuerte’ de las escuelas comunitarias contemporáneas se encuentra en el aspecto cultural del judaísmo, más allá de lo religioso. Es a través de él que se busca suscitar interés, curiosidad y conocimiento sobre el propio pasado histórico, la tradición y las costumbres judías en lo/as alumno/as de tales escuelas comunitarias.
Cambios en la red escolar
Por otro lado, una de las características quizás más relevantes de la instauración de la comunidad judía en Argentina, fue la centralización de organizaciones, asociaciones e instituciones educativas, religiosas y deportivas alrededor de la AMIA y la DAIA. Sin embargo, como muchos otros aspectos comunitarios, tal vez esta idea comience de a poco a formar parte del pasado.
El último 1 de diciembre, presidentes y representantes de la red escolar judía argentina suscribieron el Acta Constitutiva de la ‘’Federación de Escuelas Judías Argentinas’’ (FEJA). Ésta permitió que dicha entidad obtenga la personería jurídica, siendo constituida por la gran mayoría de las escuelas comunitarias judías, de distintos grados de observancia, colores y matices, y a lo largo de todo el país.
Quizás la cuestión más relevante de este suceso alude al forjamiento de una entidad independiente de la AMIA y la DAIA pero aun así con el objetivo de ampliar y fortalecer los lazos entre la instituciones comunitarias argentinas.
En definitiva, este reciente suceso termina por ilustrar el desarrollo de un espíritu cultural y comunitario en relación al judaísmo, más allá del aspecto meramente religioso. Al fin y al cabo, contribuye eficazmente a la resignificación de una identidad judía, demostrando que lejos está ella de ser fija, única o inmutable.
Por supuesto que no faltarán voces comunitarias más bien tradicionalistas que conciban los cambios transitados por las instituciones judías como una amenaza directa a la supervivencia de la esencia comunitaria, a partir del énfasis en la necesidad del nucleamiento de sus instituciones alrededor de entidades como AMIA y DAIA, que buscaron en un principio representar a la comunidad en su conjunto. Sin embargo, cierta falta de identificación y representatividad de muchas de las instituciones educativas con ellas al día de hoy, probablemente haya sido el mayor motor para la constitución de FEJA como entidad independiente.
Con lo cual, en contrapartida con la postura tradicional frente a este tipo de cambios, se los pueden considerar también como parte de la capacidad comunitaria de redefinir la cuestión judía y resignificar los modos de cohesión social como estrategia de supervivencia a lo largo del tiempo.
Es por todo esto que uno de los más grandes desafíos de las escuelas comunitarias de hoy posiblemente conste en lograr instaurar, en términos del reconocido sociólogo Anthony Giddens, la creación de una ‘’historia compartida’’ comunitaria. Sin embargo, retomando las dificultades más ancladas en nuestra realidad, resulta fundamental entender que para que aquél ‘nosotros’ pueda proyectarse en su mejor versión hacia el futuro, es necesario que en aquél horizonte también esté igual de presente el objetivo de reducir las desigualdades sociales presentes al día de hoy, tanto dentro como fuera de la comunidad.
Los judíos en la guerra civil norteamericana. Alicia Benmergui. Milím Cultural.
En 1891 fue publicado un perturbador artículo en la North American Review que en el siglo XIX era un equivalente del Time de hoy, era la revista más popular en todo el país sobre temas de interés general. Allí se sostenía que los judíos tendían a eludir el servicio militar. Muy rápidamente, a continuación fue publicada una carta al editor de un veterano de la Guerra Civil no judío, en ella escribió que durante los duros meses de servicio en el ejército de la Unión, nunca había visto un soldado judío.
Muchos líderes judíos se enfurecieron con lo que consideraron un acto de puro antisemitismo, tan influyente que fue repetido posteriormente por Mark Twain (“una inclinación antipatriótica para no defender como soldado la bandera) en un ensayo titulado “Concerniente a los Judíos” publicado pocos años después.
Uno de los dirigentes judíos más indignados fue el abogado Simón Wolf, de Washington, presidente en esa ciudad de la B’nai B’rith. Se comprometió a desacreditar la difamación y pasó más de tres años compilando los nombres de cada uno de los correligionarios que podía demostrar que habían combatido en todas las guerras norteamericanas, desde la Independencia de Inglaterra a la guerra con México, y al conflicto más grande, el de laGuerra Civil. En 1895 publicó los nombres en un libro muy voluminoso, “Los Judíos norteamericanos como patriotas, soldados y ciudadanos”.
La lista de los soldados judíos que combatieron en la Guerra Civil confeccionada por Wolf contiene unos 10.000 nombres. De acuerdo a ella 7.000 lucharon por la Unión y 3.000 para la Confederación. Durante generaciones, el trabajo de Wolf, ha sido el único documento existente sobre el tema.
Esta lista comenzó a ser revisada, no hace mucho tiempo por la Shapell Manuscript Foundation. Comenzó con una familia judía que vive en Los Ángeles e Israel, la fundación colecciona documentos históricos originales, incluyendo objetos relacionados con Abraham Lincoln, el que fuera presidente durante la Guerra Civil. El sesquicentenario de la guerra estaba próximo a cumplirse en 2011, la fundación decidió actualizar la tarea de Simón Wolf de 1890, usando métodos de investigación contemporáneos.
Este trabajo ha recibido el nombre “El Proyecto Lista”. Un puñado de investigadores se ha dedicado a investigar en los archivos en Washington y han hallado registros del servicio militar que no estaban disponibles para Simón Wolf en 1895. Con esta investigación se han encontrado más nombres de cientos de soldados judíos que lucharon en la Guerra Civil. También han encontrado reliquias impresionantes e inesperadas: de todo, desdeketuboth medio desintegradas hasta angustiadas cartas enviadas por los soldados judíos desde el campo de batalla a sus madres. Se supone que para este año 2017 va a estar completado el proyecto que permitirá a los descendientes de los soldados judíos en la Guerra Civil enterarse del destino de sus antepasados.
Dankmar Adler, uno de esos soldados judíos, llegó como inmigrante, al igual que la mayoría de ellos, pero además llegó a convertirse en uno de los más conocidos- arquitectos de su tiempo. Su compañero más famoso, Louis H. Sullivan, es considerado el padre de la arquitectura moderna de los Estados Unidos. Juntos, ayudaron a formar a Frank Lloyd Wright, posiblemente el más famoso arquitecto estadounidense de todos los tiempos. El no fue el único que se forjó un gran nombre, hubo otros que se destacaron por sus grandes hechos y hazañas durante la guerra civil - Marcus Spiegel, Leopold Karpeles, Judah P. Benjamin, para nombrar unos pocos - pero ninguno, tal vez, como Adler que construyó un legado que ha perdurado tanto..
Dankmar Adler nació en Alemania, en 1844. Su padre, Liebman Adler, fue un rabino, y al llegar a los Estados Unidos, se trasladó la familia en primer lugar a Detroit, donde se desempeñó como Rabino para Temple Beth El. En 1861, se convirtió en el rabino de la Kehilath Anshe Ma 'ariv sinagoga en Chicago. La familia volvió a mudarse a Detroit, y cuando llegó a Chicago, encontró empleo como dibujante. Poco después comenzó la Guerra Civil, en agosto de 1862, Dankmar Adler se alistó para unirse a la lucha. Los documentos de inmigración demostraron que Adler se convirtió en un ciudadano de los Estados Unidos en 1888, lo que demuestra que fue un voluntario que se enroló en vez de trabajar para su propio beneficio. Su decisión de alistarse sólo parece haber sido motivado por un sentido de orgullo y deber para su patria adoptiva; una elección motivada por el patriotismo y el honor.
Dankmar Adler se unió al regimiento 1 de artillería ligera de Illinois... Fue ascendido a cabo durante su servicio. En marzo de 1865, cuando la guerra llegaba a su fin, muchos hombres que se hallaban en servicio especial estaban siendo devueltos a sus regimientos de origen. Esto dejó a la Oficina de ' Ingenieros Topográficos’ del Departamento Cumberland con una desesperada necesidad de dibujantes. Así, Adler fue enviado a Nashville, a solicitud del Ingeniero Jefe del Departamento del Cumberland, para llenar ese vacío. Permaneció allí hasta finales de julio de 1865, cuando su unidad regresó a Chicago.
Él fue capaz de abrir su propia firma en 1879 y poco después, formó lo que se considera a menudo como una de las asociaciones más importantes e influyentes en la arquitectura americana, cuando contrató a un joven Louis Sullivan. Louis Henry Sullivan ha sido llamado a menudo el " padre de los rascacielos, " una designación que no hubiera sido posible sin la formación y el éxito inicial con su compañero Dankmar Adler. En los quince años que duró esta sociedad tuvieron un gran éxito, diseñaron alrededor de 180 edificios. La ciudad de Chicago principalmente y otras en Estados Unidos fueron y son testigos perdurables de tan gran talento
Otro testigo de esta historia fue Marcus M. Spiegel, que había nacido en la ciudad de Worms, en 1820, fue uno de los pocos coroneles judíos durante la guerra civil americana. Durante los dos años y medio que sirvió en el ejército de la Unión, le escribió más de ciento cincuenta cartas a su esposa Caroline y al resto de la familia. Caroline Spiegel sabiamente ordenó y unió sus cartas en un álbum de cuero negro. Durante cinco generaciones, este álbum se ha conservado y transmitido de madres a hijas. Es difícil de creer que sólo doce años antes de la redacción de estas cartas, Spiegel llegó a América con poco o ningún conocimiento del Inglés. Él desarrolló muy rápidamente un extenso vocabulario y un impresionante dominio del lenguaje de nuevo país.
A veces su escritura es casi poética y sus descripciones narrativas tan vívidas que son a menudo obras de arte. Él es capaz de pintar un cuadro detallado del día - a – día- de la vida de un soldado de la Unión y en el campo de batalla. Las pruebas y tribulaciones de la guerra se describen de manera brillante en sus cartas elocuentes y lúcidas. Las condiciones buenas y malas en que vivían, las dulces victorias y las derrotas agónicas; muchos aspectos de la guerra en los dos escenarios del este y oeste pueden ser vistos en las cartas de Spiegel. Este observador perspicaz comenta con gran profundidad sobre política, incluida la cuestión de la abolición de la esclavitud. Especialmente revelador es el cambio gradual en la actitud hacia la emancipación. En la correspondencia de Spiegel pueden advertirse sus sentimientos de gran patriotismo, el amor por su familia y sus semejantes, y su filosofía de vida en general.
En una de sus cartas le escribía a su mujer “El mayor consuelo que tengo durante las últimas dos semanas de lucha continua, marchando con tantas dificultades es mirar la bella foto que tengo de ti y mis queridos hijos.... La miro casi cinco veces en una hora y me temo que a veces estoy hablando con ella. Tan pronto como llegue a Vicksburg, iré a casa por lo menos durante un mes. " — Carta del coronel Marcus M. Spiegel a su esposa, el 23 de mayo de 1863.
Nunca abandonó su creencia en Dios o en la religión judía.
El murió en la guerra, en el año 1864.
Martin Luther King Jr. y Abraham Joshua Heschel.
La Carta desde la cárcel de Birmingham o Carta desde la cárcel de la ciudad de Birmingham, fue una carta abierta escrita el 16 de abril de 1963 por Martin Luther King, Jr., uno de los líderes del Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos.
King escribió la carta desde la cárcel de la ciudad de Birmingham en Alabama, donde se encontraba detenido después de una protesta no-violenta en contra de la Segregación racial. La carta es una respuesta a una declaración emitida por ocho miembros del clero de Alabama, el 12 de abril de 1963 titulada "Una llamada a la unidad" (A Call For Unity). En ella declaraban la existencia de las injusticias sociales pero expresaban la creencia de que la batalla contra la segregación racial se debía realizar solamente en las cortes y no llevarlas a las calles. King respondió que sin la fuerte acción directa, como la suya, nunca se podrían alcanzar los verdaderos derechos civiles. Como él dijo "Este 'Esperar' casi siempre ha querido decir 'Nunca.'" Establecía no solo que la Desobediencia civil era justificada de cara a las leyes injustas, sino que "uno tiene la responsabilidad moral de desobedecer las leyes injustas."
En un principio la carta fue publicada como "Carta desde la cárcel de Birmingham" en la edición del 12 de junio de 1963 de The Christian Century (La Centuria Cristiana).1
La carta incluye una cita que se utiliza frecuentemente: "La injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes," así como las palabras citadas por King de Thurgood Marshall: "[La] justicia demasiado demorada es justicia denegada.
Tal vez sean menos conocidas, las conexiones entre el judaísmo y MLK. En dicha carta cita al filósofo judío Martin Buber, cuando expresa:
La segregación, para valernos de la terminología del filósofo judío MARTIN BUBER, sustituye la relación YO y TU, por una relación YO – ELLO, y acaba relegando a las personas a la condición de cosas.
Mas adelante escribe:
No hemos de olvidar jamás, que todo cuanto hicieron los húngaros que luchaban por la libertad se reputaba “ ilegal” en Hungría. Ilegal era ayudar y consolar a un judío en la Alemania de Hitler. Aun así, estoy seguro de que, si hubiera vivido entonces en Alemania, hubiese ayudado y consolado a mis hermanos judíos.
Se conocieron, el 14 de enero de 1963, en Chicago, donde ambos hombres dieron discursos en una conferencia sobre la raza y la religión. Optaron por citar el mismo pasaje del profeta Amos. Era para describir su visión común para el mundo, donde
" la Justicia fluya como el agua y la rectitud como una poderosa corriente".
Cuenta Seth Berkman ( Forward, 28 de agosto de 2013) que Heschel falleció en 1972, después de dedicar gran parte de su vida a causas judías y al movimiento de los derechos civiles de los afrodescendientes, pero su hija Susannah Heschel ha llevado a cabo su legado a través de su propio trabajo como profesora de estudios judíos en Dartmouth.
Susannah Heschel dijo que su padre conoció al Dr. Martin Luther King, Jr., por primera vez en enero de 1963 en la Conferencia Nacional de Religión y Raza en Chicago.
"Recuerdo muy claramente cuando mi padre se fue a Chicago donde lo conoció (a King)" dijo. "Yo estaba en casa con mi madre y ansiosa de escuchar su experiencia. En aquellos días, hacer una llamada telefónica de larga distancia era cara y dificultosa , así que esperamos que él volviese. Fue un gran momento en nuestra familia ".
Más tarde en noviembre, Heschel ayudó a al Dr. King, en la Unión de Sinagogas, en el hotel Concord . Dos años más tarde, cuando King y Heschel marcharon juntos en Selma, Susannah Heschel dijo que estaba asustada por su padre.
"Me sentí aterrorizada de mi padre va porque sabíamos lo que había sucedido cuando la marcha apenas había tratado de llevarse a cabo unas semanas antes", dijo. "La salud de mi padre fue siempre frágil. No sabía si podía soportar la marcha. Si alguien hubiese tratado de golpearlo, creo que hubiera colapsado. Pero al mismo tiempo, debido a que la forma en que mi padre habló sobre el movimiento de derechos civiles, me sentía como si estuviera haciendo la cosa más importante que un ser humano podría estar haciendo en ese momento ".
Mirando hacia atrás, Susannah Heschel dijo que su familia siempre aprecia la amistad que desarrollaron con King y su familia. "Mi padre conocía a mucha gente. Mucha gente pensó que eran amigos y discípulos. Yo diría que a menudo era claro que algunas personas realmente querían a mi padre. Me di cuenta de inmediatamente después que murió . La Señora King, especialmente Yolanda, quería a mi padre. Fue genuino. Era una amistad cercana ".
La influencia de Heschel en el movimiento de los derechos civiles no se olvida, ni las contribuciones de otros grupos y líderes judíos, tales como el Comité de Trabajadores Judíos.
En 1964, Heschel encabezó una marcha en la sede del FBI en Nueva York para protestar por la violencia en Selma y para entregar una petición de protección para las personas que trabajan por los derechos al voto.
En 1963, King ayudó a establecer una conferencia sobre los Judios soviéticos a la que Heschel asistió, y en 1967, King fue co-autor de una protesta contra el bloqueo del Canal de Suez por parte de Nasser, que aislaba a Israel de toda África y Asia.
JJ Goldberg, escribe en The Forward, el 26 de junio de 2014, que la matanza de Missisipi no es para los judíos un aniversario indiferente.
Ese día murieron tres personas, James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner. Uno era afrodescendiente, los otros dos judíos caucásicos.
Ese hecho pudo haber pasado desapercibido si todas las víctimas hubiesen sido de tez oscura. Asesinar o torturar negros en el sur no era cosa nueva.
La desaparición de los tres tuvo nexo causal con la histórica Ley de derechos civil de 1964 y de derechos electorales un año después. Sus muertes no fueron en vano.
Para los Judios el significado de los asesinatos era sencillo: mil blancos del norte fueron a Mississippi para crear un padrón de votantes negros, siguiendo a Schwerner y a Goodman. Aproximadamente la mitad eran judíos. De hecho, entre los miles de blancos que iban al sur a las marchas por los derechos civiles y los Freedom Rides entre 1961 y 1964, entre un tercio y la mitad eran judíos.
Y no por casualidad. Desde el principio, el movimiento de derechos civiles fue una campaña organizada por negros y Judios para poner fin a la discriminación. En 1945 la NAACP y el Congreso Judío Americano lanzaron una campaña, estado por estado de EEUU, para cambiar la legislación dado que Judios y negros eran excluídos de zonas de residencia, puestos de trabajo y entrada a colegios exclusivos.
En 1950 la Liga Urbana, The Anti-Defamation League, The American Jewish Committee emprendieron una lucha en común. Los sindicatos y las iglesias le siguieron. La coalición, llamada Conferencia sobre Derechos Civiles, estuvo presidida por el director de la NAACP Roy Wilkins y por Arnold Aronson, director adjunto de lo que es ahora el Consejo Judío de Asuntos Públicos.
La famosa alianza negro-judía no era un mito liberal, sino una organización con una dirección fija.
Es también un hecho que la alianza se volvió ríspida a finales de 1960.
Cuando la Ley de Derechos Civiles fue promulgada en 1964, la discriminación contra los Judios había desaparecido. Partes de la comunidad negra reclamaron la dirección exclusiva del movimiento. Miles de jóvenes activistas judíos fueron expulsados. Las disputas judío-negras sobre cuotas raciales y discriminación positiva terminaron en un divorcio largamente anunciado.
Pero mientras que la comunidad judía organizada se movió hacia si misma,
los judíos de a pie permanecieron tan militantes como siempre. Los estudiantes judíos que alguna vez lideraron la lucha por los derechos civiles, pasaron a militar por la liberación femenina y las causas medioambientales, pero la diferencia era que las organizaciones judías no estaban con ellos.
Ese día murieron tres personas, James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner. Uno era afrodescendiente, los otros dos judíos caucásicos.
Ese hecho pudo haber pasado desapercibido si todas las víctimas hubiesen sido de tez oscura. Asesinar o torturar negros en el sur no era cosa nueva.
La desaparición de los tres tuvo nexo causal con la histórica Ley de derechos civil de 1964 y de derechos electorales un año después. Sus muertes no fueron en vano.
Para los Judios el significado de los asesinatos era sencillo: mil blancos del norte fueron a Mississippi para crear un padrón de votantes negros, siguiendo a Schwerner y a Goodman. Aproximadamente la mitad eran judíos. De hecho, entre los miles de blancos que iban al sur a las marchas por los derechos civiles y los Freedom Rides entre 1961 y 1964, entre un tercio y la mitad eran judíos.
Y no por casualidad. Desde el principio, el movimiento de derechos civiles fue una campaña organizada por negros y Judios para poner fin a la discriminación. En 1945 la NAACP y el Congreso Judío Americano lanzaron una campaña, estado por estado de EEUU, para cambiar la legislación dado que Judios y negros eran excluídos de zonas de residencia, puestos de trabajo y entrada a colegios exclusivos.
En 1950 la Liga Urbana, The Anti-Defamation League, The American Jewish Committee emprendieron una lucha en común. Los sindicatos y las iglesias le siguieron. La coalición, llamada Conferencia sobre Derechos Civiles, estuvo presidida por el director de la NAACP Roy Wilkins y por Arnold Aronson, director adjunto de lo que es ahora el Consejo Judío de Asuntos Públicos.
La famosa alianza negro-judía no era un mito liberal, sino una organización con una dirección fija.
Es también un hecho que la alianza se volvió ríspida a finales de 1960.
Cuando la Ley de Derechos Civiles fue promulgada en 1964, la discriminación contra los Judios había desaparecido. Partes de la comunidad negra reclamaron la dirección exclusiva del movimiento. Miles de jóvenes activistas judíos fueron expulsados. Las disputas judío-negras sobre cuotas raciales y discriminación positiva terminaron en un divorcio largamente anunciado.
Pero mientras que la comunidad judía organizada se movió hacia si misma,
los judíos de a pie permanecieron tan militantes como siempre. Los estudiantes judíos que alguna vez lideraron la lucha por los derechos civiles, pasaron a militar por la liberación femenina y las causas medioambientales, pero la diferencia era que las organizaciones judías no estaban con ellos.
Ulises Grant.
1862; Ulises Grant expulsa a los judíos de Tennesse ( Haaretz).
El 17 de diciembre de 1862, el General de División. Ulises S. Grant emitió la infame Orden General Número 11, que instruyó a las fuerzas de la Unión para que expulsen a todos los Judios que residían en el "Departamento de Tennessee", bajo su mando.El Departamento al que el General se refería incluía partes del actual Tennessee, de Kentucky al oeste del río Tennessee y de Mississippi que estaban entonces bajo control de la Unión.
Pero bueno es decirlo, también había una razón de fondo que era el comercio ilegal que tenía lugar entre el Norte y el Sur durante la guerra. Se permitía el mismo, pero era necesario tener licencia tanto del Ejército de Estados Unidos y del Departamento del Tesoro. En particular, las fábricas textiles del Norte necesitan materia prima, es decir, el algodón del sur, para producir sus bienes.
Tan pronto como el comercio quedó restringido, sin embargo, hubo quienes empezaron a violar las restricciones. El Subsecretario de Guerra, Charles A. Dana informó en un punto que "cada coronel, capitán o intendente hacían la vista gorda, recibiendo lo suyo, en el negocio del algodón. El propio informante era un especulador con el tráfico ilegal del tesoro blanco.
Jonathan Sarna, en un libro publicado en el año 2012 llamado, "Cuando el general Grant expulsó a los Judios", respalda la opinión de que el factor inmediato que impulsó la orden, fue la visita que le haría su padre, de 68 años de edad, Jesse Grant, antes del 17 de diciembre. Este visitó a su hijo en compañía de tres fabricantes de ropa judíos de Cincinnati, Ohio - los hermanos Harman y Simon Mack - que querían exportar algodón de los productores del Sur a Nueva York. Habían acordado pagar generosas recompensas a su padre para que le ayudasen a obtener los permisos necesarios. Grant hijo, que en ese momento se hallaba planificando la toma de la ciudad clave de Vicksburg, en Mississippi, quedó horrorizado al saber que su propio padre estaba intentando abusar de la posición de su hijo para obtener algún beneficio personal. Y él había observado, con razón, que algunos de los implicados en el comercio ilícito eran Judios.
Anteriormente, el 8 de diciembre, Grant había emitido una orden contra los especuladores del algodón, judíos y otros vagabundos deshonestos que negociaban a costas de la miseria de su país, dando la orden de que abandonasen la región.
Pero la Orden General 11 no tenía precedentes: Pidió el exilio no de todos los contrabandistas, entre los que se encontraban muchos Judios, sino de todos los Judios.
El 6 de enero, Grant se había visto obligado a retractarse de su orden, que en la práctica había sido muy limitada en su aplicación. Un comerciante judío-prusiano que vivía en Paducah, Kentucky, Cesar Kaskel, que había sido uno de los que recibió la orden de salir de su distrito dentro de las 24 horas, "no por cualquier delito cometido, sino simplemente porque nació de padres judíos", como él más tarde le dijo a un reportero, se movilizó hasta Washington, DC, donde el 3 de enero de 1863, obtuvo una audiencia con el presidente Abraham Lincoln. Lincoln, quién le dijo no saber del decreto y de inmediato pidió al general en jefe Henry Wager Halleck que cancelase la orden.
En marzo de 1864, Grant asumió el liderazgo de todas las fuerzas de la Unión, y cuatro años más tarde, fue candidato a la presidencia. Fue entonces que los demócratas trataron de revivir los recuerdos de la Orden Nº 11 entre los votantes judíos. Grant, a la defensiva, se desentendió del decreto. En una carta que escribió a Isaac N. Morris, ex congresista estadounidense, Grant señaló que había emitido esa orden de manera irreflexiva, no pensando en los Judios como un conjunto o raza sino simplemente por como se comportaban.
Grant fue elegido dos veces a la presidencia, en 1868 y 1872, nombró a Judíos en cargos públicos y se preocupó por la suerte de estos en Rusia y Rumania. Murió en 1885.
David B. Green, Haaretz, 17 de diciembre de 2015.
El 17 de diciembre de 1862, el General de División. Ulises S. Grant emitió la infame Orden General Número 11, que instruyó a las fuerzas de la Unión para que expulsen a todos los Judios que residían en el "Departamento de Tennessee", bajo su mando.El Departamento al que el General se refería incluía partes del actual Tennessee, de Kentucky al oeste del río Tennessee y de Mississippi que estaban entonces bajo control de la Unión.
Pero bueno es decirlo, también había una razón de fondo que era el comercio ilegal que tenía lugar entre el Norte y el Sur durante la guerra. Se permitía el mismo, pero era necesario tener licencia tanto del Ejército de Estados Unidos y del Departamento del Tesoro. En particular, las fábricas textiles del Norte necesitan materia prima, es decir, el algodón del sur, para producir sus bienes.
Tan pronto como el comercio quedó restringido, sin embargo, hubo quienes empezaron a violar las restricciones. El Subsecretario de Guerra, Charles A. Dana informó en un punto que "cada coronel, capitán o intendente hacían la vista gorda, recibiendo lo suyo, en el negocio del algodón. El propio informante era un especulador con el tráfico ilegal del tesoro blanco.
Jonathan Sarna, en un libro publicado en el año 2012 llamado, "Cuando el general Grant expulsó a los Judios", respalda la opinión de que el factor inmediato que impulsó la orden, fue la visita que le haría su padre, de 68 años de edad, Jesse Grant, antes del 17 de diciembre. Este visitó a su hijo en compañía de tres fabricantes de ropa judíos de Cincinnati, Ohio - los hermanos Harman y Simon Mack - que querían exportar algodón de los productores del Sur a Nueva York. Habían acordado pagar generosas recompensas a su padre para que le ayudasen a obtener los permisos necesarios. Grant hijo, que en ese momento se hallaba planificando la toma de la ciudad clave de Vicksburg, en Mississippi, quedó horrorizado al saber que su propio padre estaba intentando abusar de la posición de su hijo para obtener algún beneficio personal. Y él había observado, con razón, que algunos de los implicados en el comercio ilícito eran Judios.
Anteriormente, el 8 de diciembre, Grant había emitido una orden contra los especuladores del algodón, judíos y otros vagabundos deshonestos que negociaban a costas de la miseria de su país, dando la orden de que abandonasen la región.
Pero la Orden General 11 no tenía precedentes: Pidió el exilio no de todos los contrabandistas, entre los que se encontraban muchos Judios, sino de todos los Judios.
El 6 de enero, Grant se había visto obligado a retractarse de su orden, que en la práctica había sido muy limitada en su aplicación. Un comerciante judío-prusiano que vivía en Paducah, Kentucky, Cesar Kaskel, que había sido uno de los que recibió la orden de salir de su distrito dentro de las 24 horas, "no por cualquier delito cometido, sino simplemente porque nació de padres judíos", como él más tarde le dijo a un reportero, se movilizó hasta Washington, DC, donde el 3 de enero de 1863, obtuvo una audiencia con el presidente Abraham Lincoln. Lincoln, quién le dijo no saber del decreto y de inmediato pidió al general en jefe Henry Wager Halleck que cancelase la orden.
En marzo de 1864, Grant asumió el liderazgo de todas las fuerzas de la Unión, y cuatro años más tarde, fue candidato a la presidencia. Fue entonces que los demócratas trataron de revivir los recuerdos de la Orden Nº 11 entre los votantes judíos. Grant, a la defensiva, se desentendió del decreto. En una carta que escribió a Isaac N. Morris, ex congresista estadounidense, Grant señaló que había emitido esa orden de manera irreflexiva, no pensando en los Judios como un conjunto o raza sino simplemente por como se comportaban.
Grant fue elegido dos veces a la presidencia, en 1868 y 1872, nombró a Judíos en cargos públicos y se preocupó por la suerte de estos en Rusia y Rumania. Murió en 1885.
David B. Green, Haaretz, 17 de diciembre de 2015.
Wilson en Israel
Por Dr.David Malowany
Wilson Ferreira Aldunate, el último caudillo blanco, visitó Israel en 1985. Fue recibido como si se tratase de un jefe de estado. Se reunió con el entonces Primer Ministro Itzjak Shamir, con el Presidente Herzog, con Sharon y demás personalidades del gobierno israelí, en aquel entonces formado por una coalición de laboristas y la derecha.
A su retorno al país contó sus experiencias. Ninguna particularidad del estado judío le pasó desapercibida. Respecto a la religiosidad del israelí medio manifestó: “ es muy curioso, hay un porcentaje bastante más elevado del que yo suponía de judíos no religiosos, pero mi impresión es que hacen trampa, de que tienen la vana ilusión de creer que no lo son, pero lo son...”
Visitó el Kibutz Tel Itzjak , las Universidades y Jerusalém, siempre rodeado de inmigrantes judeo-uruguayos. Refiriéndose a estos contó: “ los judíos uruguayos son notables porque son intransferibles, a veces me da la impresión de que son más judíos que los otros judíos ( que siguen viviendo en Uruguay), pero que son uruguayos, también con singular y divertidad intensidad. Si yo fuera judío viviría en Israel. También aquí digo, tengo una doble posición comprometida, porque por un lado desearía que los judíos vivieran en Israel y por otro lado que los judíos de Uruguay, siguieran viviendo aquí por que los precisamos. Pero supongo que ese desafío permanente que viven los judíos con las dos fuerzas que están ahí, y está bien que estén.
Si hubiese que resumir la impresión que el Estado judío dejó en Wilson ( como se lo llamó cariñosamente en vida aun por sus adversarios políticos) , las siguientes palabras lo dicen todo: “... la tierra no es simplemente una dimensión física. La tierra exige que el hombre tenga con ella una relación que no sea solamente jurídica, sino también necesariamente de amor... la tierra es mas importante que los hombres. Son estos los que pertenecen a la tierra y no al revés... Si los judíos no tuvieran “ el libro” para invocar como prueba de su derecho a la tierra prometida, hubiera bastado con lo que han hecho con ella para haberla merecido”.
Fuente: El Israel que yo ví, publicación del Comité Central Israelita en honor del extinto líder. Agradezco dicho material al Dr. Juan Raúl Ferreira
A su retorno al país contó sus experiencias. Ninguna particularidad del estado judío le pasó desapercibida. Respecto a la religiosidad del israelí medio manifestó: “ es muy curioso, hay un porcentaje bastante más elevado del que yo suponía de judíos no religiosos, pero mi impresión es que hacen trampa, de que tienen la vana ilusión de creer que no lo son, pero lo son...”
Visitó el Kibutz Tel Itzjak , las Universidades y Jerusalém, siempre rodeado de inmigrantes judeo-uruguayos. Refiriéndose a estos contó: “ los judíos uruguayos son notables porque son intransferibles, a veces me da la impresión de que son más judíos que los otros judíos ( que siguen viviendo en Uruguay), pero que son uruguayos, también con singular y divertidad intensidad. Si yo fuera judío viviría en Israel. También aquí digo, tengo una doble posición comprometida, porque por un lado desearía que los judíos vivieran en Israel y por otro lado que los judíos de Uruguay, siguieran viviendo aquí por que los precisamos. Pero supongo que ese desafío permanente que viven los judíos con las dos fuerzas que están ahí, y está bien que estén.
Si hubiese que resumir la impresión que el Estado judío dejó en Wilson ( como se lo llamó cariñosamente en vida aun por sus adversarios políticos) , las siguientes palabras lo dicen todo: “... la tierra no es simplemente una dimensión física. La tierra exige que el hombre tenga con ella una relación que no sea solamente jurídica, sino también necesariamente de amor... la tierra es mas importante que los hombres. Son estos los que pertenecen a la tierra y no al revés... Si los judíos no tuvieran “ el libro” para invocar como prueba de su derecho a la tierra prometida, hubiera bastado con lo que han hecho con ella para haberla merecido”.
Fuente: El Israel que yo ví, publicación del Comité Central Israelita en honor del extinto líder. Agradezco dicho material al Dr. Juan Raúl Ferreira